jueves, 16 de diciembre de 2010

Era más que nada el fondo de tu mar

Trastabillando por el barandal de acero me acerqué despacio hacia la luz. No quedaba mucho de lo que alguna vez conocí en el jardín de aguacates encantados. La hierba crecía desencajada, recuerdos de propósitos sin cumplir desfilaron en estampida para finalmente estrellarse contra la cerca de madera que cerraba el camino a la casa.

Luciérnagas iluminaron el corredor de árboles que me llevó a la montaña, el misterio en el aire nocturno se respiraba cálido, olor a planta y a olas de mar, paisaje tropical.

Luces de carro cruzando a lo lejos. Motor rugiendo, interrumpiendo el otro rugido, el de mar. Construcción abandonada donde una noche como esta tu y yo comimos fish tacos. Ahora sólo hay oscuridad y polvo y ese olor tropical del que ya había hablado. La sal se siente sobre la lengua, provoca un sentimiento como el de un abrazo lento y calmado.

Bostezo intermitente de peces multicolor invade mi conciencia, deseo que aúlla desgarradoramente a la luna que flota y todo acelera y se estrella inequívocamente contra la misma orilla. Energía potencial.

Luciérnagas siguen guiándome, me aferro porque es lo único que me queda. Llego al cementerio, estoy todo desquebrajado y entierro mi cerebro dentro de esas lápidas. El recuerdo me latiguea incansable. No muy lejos de ahí nuestras voces gritan: JOOOOOOOOOOOOOOOOOOHN y después pasan años, todo eso ya está destruido.

No quiero sonar emo pero: luciérnagas, luciérnagas, su misterio es lo único que parece real.

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